Garra y lujo: el camino de la Albirroja a la Copa América 1979

“El lujo es vulgaridad” no solo es una letra de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, también es una frase que la Selección Paraguaya ha tomado como dogma en su estilo de juego a lo largo de la historia. La Albirroja siempre ha sido referente en el juego duro, en sus facetas menos glamorosas como la defensa, la recuperación, el centro y el cabezazo. Por esta razón es que sobresale más aún la chilena mágica que llevó a la selección al título de la Copa América 1979, un torneo atípico, con gran número de contratiempos que el equipo pudo superar para obtener la máxima gloria del fútbol sudamericano.

Un año glorioso de punta a punta

Aquel 1979 terminaría siendo un año inigualable para el fútbol paraguayo en materia de títulos. En la primera mitad del año fue Olimpia quien obtuvo su primera Copa Libertadores, y sus jugadores serían parte de la columna vertebral del equipo, entre ellos Alicio Solalinde, Hugo Talavera, Roberto Paredes, Evaristo Isasi y Carlos Kiese.

Otros jugadores claves eran los delanteros Eugenio y Milciades Morel, el arquero Roberto “Gato” Fernández, Juan Bautista Torales y la joven promesa Julio César Romero. Al mando de este grupo estaba Ranulfo Miranda, un técnico que se destacó por trabajar duro todos los días y que conocía de punta a punta el estilo paraguayo.

Para iniciar la competición debían enfrentar a Ecuador y Uruguay en el grupo 3. En los dos primeros partidos despacharon a Ecuador, obteniendo un triunfo vital en la altura de Quito en el primer cruce. En el tercer partido empataron a cero de locales contra Uruguay, lo que significaba que debían ir al mítico Centenario y recoger algún punto, todo un reto. Esto era aún más dificil ya que los jugadores de Olimpia no estarían debido que tenían una gira.

Enfrentando a la posibilidad de eliminarse cara a cara, Paraguay nunca pestañeó, y enfrentó a Uruguay sin importar que estén en su recinto imbatible. El ariete de la Albirroja fue Eugenio Morel, quien a los 7 años fue a vivir a Argentina y se crió en este fútbol, debutando en Racing. El fútbol lo trajo de vuelta a nuestro país, donde fue figura en el poderoso Libertad de la década del 70. Morel convirtio los dos goles para sellar el improbable empate ante los charrúas, empate que aseguraba el pase a semifinales.

La garra y el lujo se encuentran

Eugenio Morel, el goleador de la Copa (ABC Color)
Eugenio Morel, el goleador de la Copa (ABC Color)

Al pasar de ronda se debían enfrentar en la semifinal al equipo más grande del mundo: Brasil. El tri-campeón del mundo estaba pasando por un brusco cambio de estilo. El técnico era Claudio Coutinho, experto en condicionamiento físico, quien buscaba imponer orden a la desorganización que representaba el “jogo bonito” de los talentosos brasileños. Esta imagen era importante en un país bajo una dictdura militar donde la rectitud, la obediencia y el triunfo del sistema por sobre el individuo eran una verdadera ideología.

A pesar de ser liderados por alguien que intentó exorcizar el “estilo brasileño”, el plantel estaba repleto de jugadores que destilaban talento por cada poro: Falcao, el doctor Sócrates, Eder y Zico siendo algunos de los más representativos. Ante estos rivales debía enfrentarse Paraguay el 24 de octubre en el Defensores del Chaco. Aquella noche el estadio fue un verdadero hervidero, con unas 55 mil personas alentando a todo pulmón a la Albirroja.

Con este aliento y la confianza de tener un plantel que podía vencer a cualquiera, Paraguay dominó el partido desde el primer minuto. El equipo ordenado y rígido de Coutinho no podía hacer frente al aluvión albirrojo. Este ataque incesante, muy diferente a nuestro habitual estilo, terminaría llegando a su ápice en el minuto 16.

Cuando se levantó el centro desde el sector derecho se esperaba una finalización típica de nuestra selección, el cabezazo venciendo a los defensores y al arquero, la siempre efectiva fórmula paraguaya. Al bajar la pelota Eugenio Morel se da cuenta que convertir de cabeza era algo imposible, por lo que para la pelota de espaldas, la levanta y realiza una pirueta que tiene infinidad de nombres: bicicleta, tijera, chilena, chalaca, todos ellos sinónimos de belleza.

La pelota salió disparada del pie en descenso de Morel, rebotó en el travesaño y al picar cruzó la línea y evitando la estirada de Emerson Leao, iniciando el mayor festejo de un gol en la historia del fútbol paraguayo. Entre la importancia del partido, la grandeza del rival y la espectacularidad del gol armaron un cóctel inigualable para desgarrar cada garganta paraguaya en un grito de gol que parecía eterno.

Si hubiera justicia en el mundo el partido y la serie deberían haber terminado el momento que la pelota traspasó la línea, pero debían jugarse 164 interminables minutos más. El gol no detuvo la catarata de ataques de Paraguay, que poco después pondría el segundo por medio de Hugo Talavera, el capitán del Olimpia campeón de la Libertadores. Al final del segundo tiempo la Verdeamarelha volvió a la vida y entró de vuelta a la serie con un gol de Palinha.

Con solo un gol de diferencia Paraguay debía enfrentar al gigante sudamericano en el coloso más imponente del fútbol mundial: el Maracaná. Nuevamente la Albirroja debía mostrar su espíritu de campeón de visitante, y parecía que iban a quedar enterrados con el gol de Falcao a los 29 minutos. En lugar de encerrarse atrás y evitar que entre un segundo gol, el equipo de Ranulfo Miranda fue para adelante y con la conexión Morel, centro de Eugenio y definición de el “Tanque” Milciades, Paraguay logró el improbable empate.

En el segundo tiempo gracias a un penal convertido por Sócrates todo estaba igualado y terminaría en un sorteo. 7 minutos después del 2 a 1, cuando todo parecía indicar que el ataque brasileño tumbaría el murallón paraguayo apareció con una fulgurante corrida por el medio quien ya se estaba convirtiendo en la máxima figura del fútbol paraguayo: Romerito. Julio César Romero definió de derecha y calló a las 80 mil personas en el estadio, un anticipo de lo que haría a los hinchas del Flamengo en su histórico paso por el Fluminense. A partir de este momento se impuso la “garra guaraní” y el defender o morir, obteniendo el empate y un pase histórico a la final, donde enfrentarían a Chile.

Los conflictos y la consagración

Tras un enfrentamiento tan agotador en lo físico y emocional, debían esperar un mes para enfrentar a Chile en la final. Antes de comenzar la rivalidad era entre los mismos jugadores y los dirigentes, quienes peleaban por cuestiones de bonificación y premios. Finalmente el tema se arregló (sin que las partes hayan quedado muy contentas) y el equipo se preparó para la primera final en el Defensores. Fue una verdadera paliza, con dos goles del cada vez más importante Romerito y un gran tiro libre de Eugenio Morel para decretar un 3-0 contundente.

En Chile el equipo bajó su nivel y la “Roja” ganó por 1-0. Gracias a la reglamentación bastante absurda de la época, se debía jugar un tercer partido, sin importar la diferencia de gol entre ambos triunfos. El partido se jugó en Buenos Aires, en el José Amalfitani, con solo 6 mil personas en las gradas, un marco indigno para un partido de tanta importancia.

Aquí Paraguay volvió a su mantra de cerrar el arco propio sin importar como, frustrando a los chilenos en cada minuto jugado. Con el empate Paraguay levantaba la copa porque aquí si se tomaba en cuenta la diferencia de gol, después de jugar un alargue de 30 minutos. La Albirroja aguantó estoicamente, con grandes tapadas del “Gato” Fernández y pudo dar un grito de euforia al escuchar el silbato que terminaba el partido y otorgaba la segunda Copa América para nuestro pais.

Aquel 11 de diciembre de 1979 hasta hoy es la fecha que marca el final de los grandes logros de Paraguay en el fútbol sudamericano. Al igual que en 1953, fue el estilo luchador y el espíritu inquebrantable lo que llevó a la selección a lo más alto del continente, pero esta vez la llave del triunfo estuvo decorada por un toque de distinción.

Por más que nuestra historia este marcada por los cabezazos, las marcas aguerridas, los centros y los pelotazos, aquella chilena de Eugenio Morel siempre será recordada como mucho más que un gol. Fue la obra de arte que abrió las compuertas de la esperanza, las cuales ya parecían cerradas de manera permanente. Un lujo fue un hito para una selección que nunca necesitó de ellos, y seguirá grabado en la retina de cada paraguayo que haya tenido la suerte de haber presenciado ese momento.

Fuentes: 80 años del fútbol en el Paraguay – Miguel Angel Bestard
A treinta años del grito “Paraguay campeón de América” en 1979 – ABC Color

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Juan Pablo Zaracho

Como jugador, un buen lector de libros.

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