La Herencia Bendita

Inexpugnable es, entre tanta incertidumbre, la condición de “hincha de” que tendrá nuestro hijo o hija, de eso hablamos acá.

Llega un momento en la vida de todo hombre (bah, de casi todos) en donde ese plastiquito con un chorrito de pis encima nos dice que vamos a ser papás. Alegría, miedo, ansiedad, responsabilidad, una gama extensa de sensaciones ataca nuestro sistema nervioso en unos pocos segundos que se hacen eternos, cada historia es única y diferente pero me quiero detener en las que nos gustan a todos, las que tienen un final feliz.

Ahí, al toque, comienzan los planes, que la pieza del bebé, quiénes serán los padrinos, ¡el nombre!, uy el nombre, afortunados los que logran ponerse de acuerdo al poco tiempo o los que por previsión o costumbre ya tienen predestinados los nombres de sus retoños, para el resto de los mortales es una pelea en la que se mete desde el mecánico hasta la suegra de la suegra. Todo es dudas, bueno, casi todo, alguna certeza tiene que tener esto de ser padres ¿no?

Inexpugnable es, entre tanta incertidumbre, la condición de “hincha de” que tendrá nuestro hijo o hija, porque si, a la nena también le elegimos el club para que no venga después un badulaque a querer cambiarla de bandera y escudo a fuerza de regalitos y promesas que -casi siempre- no son más que espejitos efímeros. Porque a los hijos -nosotros los papás- les damos mucho, desde la vida hasta la promesa de un buen pasar y ciertas herramientas para que puedan construir su futuro como ellos quieran, pero también les damos, digo bien, les imponemos algo que van a llevar consigo hasta el último de sus días, el amor por un club de fútbol.

Si algún recoveco de nuestra modernidad todavía está dominado por las pasiones tribales que construyeron los primeros esquicios de sociedad, es el que utilizamos para procesar todo ese bagaje de irracionalidad asociado al “deporte más lindo del mundo”. Los rituales de iniciación arrancan con la compra del primer “osito” (esa prenda de cuerpo entero para los bebés, para los imberbes lectores) con los colores e insignia del club de nuestros amores. Usualmente esta prenda ya está disponible al momento del parto y se la entrega a la nursery (de vuelta, esa vidriera de bebés, ya les va a tocar) para que la primera foto del crío ya aparezca en redes sociales anunciando que las filas del club elegido tienen un fiel más. No falta el tío canchero o el amigo jodón que te vienen con remeritas del eterno rival, para esos Dante reservó un anillo propio en su Infierno.

El verde es mucho más verde cuando lo ves por primera vez con tu hijo, la chipa (me niego rotundamente a decir el chipá) es más rica y el cocido sabe mejor, aunque sigue siendo carísimo. La primera vez que llevás a tu hijo a la cancha, aunque sea un amistoso seguro de pretemporada, se afianza un poquito más ese lazo invisible e indivisible con nuestro vástago y en nuestras cabezas se respira un aire de tranquilidad, como entendiendo que ya es imposible que nos traicione al caer en las tentaciones inevitables que lo quieren cambiar de club a fuerza de pelotas o cajitas felices.

Herencia
La pelota como testamento.

En la vida podemos elegir muchísimas cosas y con el correr de los tiempos -esos que no paran para dolor de quienes a veces ya nos vemos superados por su velocidad- pudimos comenzar a elegir cosas que antes pertenecían al sector de inmutable. Desde el color de nuestros ojos a la forma de nuestras narices, desde nuestro sexo a nuestra nacionalidad, podemos cambiar de religión o carecer de una, podemos ser comunistas a los 20 y capitalistas a los 30 o viceversa, nunca se sabe bien con estas cosas. Pero hay algo que nos cuesta mucho cambiar y es la herencia bendita de saberse hincha de un club porque nuestro padre así lo quiso, porque él (o ella, por qué no) entendió que nuestra vida iba a ser mucho mejor si dedicábamos una parte importante de nuestras vidas a sufrir en las malas, a ser felices en las buenas, a intentar comprender hasta el hartazgo por qué jugamos a los centrazos o por qué no tenemos un buen lateral izquierdo desde 1974.

La herencia bendita es un regalo emocional, un vínculo sentimental que nos une con lo más importante que tenemos, que es la familia, con esos primeros momentos frente a la tele con el viejo y la vieja, con nuestros primeros intentos de aliento (y malas palabras), con la primera lágrima de emoción o dolor al terminar un partido, o con algún grito sagrado -el del gol- que no vamos a olvidar. La herencia bendita forma parte de quiénes somos como personas aunque no debemos olvidar que es “solamente fútbol”, pero que termina siendo mucho más que eso.

Y a vos, ¿quién te dejó tu herencia bendita?

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Guille Ramírez

Socio y Director de Contenidos en Analógica. Hace radio en Monumental AM. Lee mucho, escribe un poco menos. Defensor de las libertades individuales y la cerveza artesanal.

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