17 años, 1 mes y muchos días. Para mí fue ayer o anteayer. Vos salías campeón en cancha de Luqueño y te ibas a Europa por 7 palos verdes, una locura por aquel entonces. El “Babygol” te decían los relatores; claro, de las canchitas del Verbo Divino pasaste a romper redes en Para Uno como por arte de magia, y ya te estabas yendo al Bayern Múnich de Alemania siendo un pibe. 17 años pasaron… y ayer volviste a casa.
El que le tuvo de hijo a Chilavert allá por el ’98, el goleador histórico de la selección, el que se casó con la hermana del Mono Tavarelli, el que cumple años en el día del Niño. 34 pirulos ya tenés, pero seguís siendo el Babygol para todos nosotros. Cada temporada finalizada en el fútbol europeo era una oportunidad para que volvamos a soñar con tu vuelta, para que los dirigentes coqueteen con vos y te hagan firmar el papel para que te pongas la franja y no se daba. Te quedaba perfecta la noche del sábado, con la 24 en la espalda, como aquel día en el que gracias a vos le ganábamos a Argentina por primera vez después de años sin nada. La espera llegó a su fin.
34 pirulos ya tenés, pero seguís siendo el Babygol para todos nosotros.
La tarde era ideal. El rival quería amargar la jornada, lo hizo varias veces ya. El 10 visitante se quería adueñar del espectáculo de nuevo. A ese tipo lo fortalecen los insultos desaforados de la hinchada. Hasta un gol olímpico hizo en nuestra cara, imagináte. De nuevo le decían de todo, pero la gente que iba llegando a tu casa no tenía como prioridad eso, casi 10 mil almas se juntaron porque querían corear tu nombre: Olé, olé, olé, olé… Roque, Roque.
El lance arrancó bien gracias otro que volvía, Mendieta; salió enseguida porque sigue con un problema muscular y se viene el clásico. Antes nos regaló un golazo, como nos tiene acostumbrados. Ganábamos 1 – 0. Llegó el segundo, Bareiro definió con el interior del pie derecho. Vi algunos goles tuyos así en el Blackburn Rovers y el Manchester City. Estábamos jugando lindo. El 10 de ellos casi casi emboca un olímpico de nuevo. Pero no debía ser su noche, era la tuya. Así lo entendió el DT y te llamó para entrar a los 20 minutos del segundo tiempo.
Nos demostraste que querés estar mejor que nunca, que este regreso no fue para ir marcando el camino de salida de las canchas.
De que el Manuel Ferreira se llenaría de flashes y cánticos a tu favor ya lo sabíamos, pero yo tenía miedo. Decía que entrar a jugar casi media hora era un poco arriesgado. Tenía miedo de que algo malo pase. Como aquella fatídica lesión en el tobillo estando ya en el Bayern, y que marcaría el inicio de una verdadera historia de terror y que todo el mundo conoce, pero nos demostraste que querés estar mejor que nunca. De que este regreso no fue para ir marcando el camino de salida de las canchas. Entraste y diste una asistencia de cabeza para el tercero… “La Cuna de Glorias” ya era una fiesta.
Yo ya estaba contento. Listo, pensemos en el clásico. Ya tuviste minutos en cancha, contra Cerro Porteño podes tener más. Tenés que llegar bien vos, el Willy, Diego. Pero la realidad supera a la ficción… y vos, vos te encargaste de que ese estadio se venga abajo con tu gol. Se terminaba el partido y la mandaste a guardar después de un derechazo, ese sello característico tuyo que volvía a hacer feliz a mucha gente.
Entraste y diste una asistencia de cabeza para el tercero… “La Cuna de Glorias” ya era una fiesta.
El señor sentado a mi lado se puso a llorar. Lo hice yo a continuación. Casi lo hiciste vos después de que te entrevistaran como la figura del partido. Esa emoción tuya ahí sobre el césped, era la misma de las 10 mil personas que fueron a verte, y seguro que de millones más mirando por la tele. No sé qué final pueda tener tu estadía en Olimpia, pero tuvo un reinicio soñado. Gracias Roque Santa Cruz, gracias por volver a casa.