“El peor gran jugador del mundo”
Así describió el periodista alemán Raphael Honigstein a Thomas Müller tras convertir el gol que hizo la diferencia contra el Manchester United en cuartos de final de la Champions League. Cualquiera pensaría que describir a un jugador de esa manera es una manera diplomática de criticarlo, pero es más una crítica hacia nuestro parámetro para determinar quién es una estrella.
Para elegir a un jugador estrella es nuestra tendencia distinguir a aquellos cuyo talento vemos desplegado en incontables enganches, bicicletas, pases sin mirar entre las líneas defensivas, velocistas, goleadores implacables, entre otras cualidades similares. Aplaudimos el caño que termina en una pelota perdida, el enganche que lleva hacia el lugar menos productivo del área, el pase ambicioso que solo llega a los pies del rival, pero ignoramos las jugadas que crean una situación de gol, esas cadenas de movimiento donde una corrida desemboca en un efecto dominó que deja a una defensa mal parada y rendida ante el equipo que ataca.
¿Cómo puede uno describir el estilo de juego de Thomas Müller y llamarlo una superestrella? Su mismo físico ya no es el que uno ve al pensar en una estrella: alto, flaco con piernas como zancos, pinta de corredor de 10 mil metros más que de futbolista. Su estilo de juego tampoco puede ser explicado fácilmente. Es un goleador, pero no es delantero de área; es mediapunta, pero no maneja la pelota como el cerebro del equipo; es extremo pero no desborda ni gana siempre en velocidad y habilidad. Expresar cómo juega es tan difícil como marcarlo.
El propio Müller describió perfectamente su estilo con una palabra: “raumdeuter” o “interprete del espacio”. Su talento recae en mantenerse en movimiento siempre, recorriendo todo el frente del área y buscando aquel preciado espacio que tanto intentan cerrar las defensas. Lo suyo es una disciplina perfecta en la indisciplina posicional, mezclando aquel olfato por el espacio libre con corridas incesantes.
Es esta capacidad de nunca parar de correr lo que lo hace una pesadilla para cualquier defensa. Si pica 20 veces, las 20 veces lo hace con la misma convicción. Capaz la mayoría no sirva para mucho, pero eso no disminuirá su voluntad ni su energía durante todo el partido. Mientras que otros se quedan parados y posan para la cámara con su pelo perfectamente peinado y una mueca de desprecio hacia sus compañeros por no recibir la pelota, el flaco alemán sigue corriendo, con las medias bajas y la remera hacia afuera, con su estilo poco agraciado pero efectivo y amado por sus compañeros y seguidores.
La otra parte de su juego que lo hace tan difícil de disfrutar y de controlar es que gran parte de este trabajo se hace sin tocar una pelota. Un comercial que vende remeras o botines no va a poner a un jugador haciendo una diagonal para que su compañero entre libre por el medio porque no es espectacular ni llamativo. Hay que ver varios de sus partidos para poder entender lo que hace, y hasta en esos casos puede parecer que tanto halago hacia él sea toda una gran mentira, pero los resultados están a la vista.
Las defensas también sufren tener que preparar un sistema para contrarrestar esto, porque su destreza se basa en aprovechar las debilidades que ofrece la defensa. Si preparan un esquema para detenerlo, el estará feliz porque habrá más espacio libre para que sus compañeros destrocen al rival. En el caso que exista un libro que demuestre como enfrentarlo, al abrirlo uno solo encontrará un espejo, porque finalmente el verdadero enemigo es el que tiene que enfrentarlo, porque cada error o distracción es el elixir que da vida a su juego.
Su capacidad para convertir goles se basa en este entendimiento de la geometría del campo y el movimiento de los 21 jugadores restantes. Siempre aparece en el momento oportuno, y no necesita de una jugada lujosa para definir, pero también puede hacerlo, como el gran gol contra Estados Unidos (totalmente solo, gracias a su posicionamiento). Fue él quien abrió las compuertas y comenzó la “Masacre de Belo Horizonte” con su gol a los 11 minutos, con una típica jugada suya: apareciendo por detrás en un hueco que dejó la defensa.
El enigmático Thomas fue descubierto a los 10 años por los buscadores de talentos del Bayern, quienes ya lo llevaron al equipo, a imbuirle en la filosofía e historia del club. A los 18 años jugaba en la tercera división con el equipo B del Bayern, tras destacarse en los campeonatos sub 18 y partidos regionales. En 2008 fue llamado a la primera por Jurgen Klinsmann, pero allí no tenía lugar entre las estrellas del llamado “FC Hollywood”
A mediados de esa temporada casi se descarriló su historia: estuvo a punto de ser vendido al Hoffenheim, porque Klinsmann pensaba que no tendría lugar en el primer equipo. Fue el asistente técnico Hermann Gerland quien convenció al técnico para que se quede y demuestre su nivel. El mismo Gerland describió así al juego de Müller: “puede jugar como el culo durante 90 minutos, pero finalmente va a convertir el gol del triunfo”.
En la temporada siguiente apareció el hombre quien lo catapultaría al estrellato: Louis van Gaal. Era de esperarse que solo un genio en lo táctico como el holandés pueda captar el valor de un jugador con sus características, a quien lo desplegó por todo el frente de ataque, como un arma nueva que nadie conocía. Desde aquí en más ya se convirtió en pieza inamovible de la estructura del Bayern.
Debutó en la Nationalmanschafft a solo 3 meses del Mundial de Sudáfrica, y al terminar el torneo ya era figura inamovible del equipo, ganador del premio al mejor juveníl y Botín de Oro por haber convertido 5 goles en 6 partidos. El destino casi le jugó una mala pasada, porque casi quedó fuera del torneo al caerse de la bicicleta en los preparativos para el torneo.
En este Mundial fue el jugador alemán con más goles (5) y más kilómetros recorridos (84). Fue el jugador que más distancia recorrió en todo el torneo y quedó a solo un gol de James Rodríguez en el camino al Botín de Oro. Con esto llevó su total de goles a 10 en 12 partidos en Mundiales, y al solo tener 24 años todos le ponen la ficha para que supere a su compañero Miroslav Klose como máximo goleador de las historia de los Mundiales. Esto parece aún más sorprendente considerando que solo tiene 12 goles en los 44 partidos en los demás partidos que jugó con la selección teutona.
El gol de Mario Gotze que aseguró el campeonato contra Argentina parece ser una obra entre él y Andre Schurrle, quien desborda y le da un pase perfecto cuando este pica detrás de la defensa. Lo que muy pocos vieron es por qué Martin Demichelis dejó ese hueco por el que entró el gran Mario: cuando Schurrle empieza a desbordar, Müller hace una corrida casi horizontal hacia él, que parece poco productiva, pero ese movimiento hace que Demichelis de un paso hacia adelante para marcarlo. Ese paso crea el espacio, el camino al gol y a la gloria eterna.
Todo esto convierte a Thomas Müller en un jugador verdaderamente único, un enigma cuyo estilo fluye ante nuestros ojos, pero que al igual que el viento, no podemos verlo pero si sentimos sus efectos. Es entendible que un jugador así no gane el premio dedicado al jugador más llamativo, a la cara del marketing deportivo como lo es el Balón de Oro. Él no lo necesita, porque ya ha obtenido el máximo logro posible al salir Campeón del Mundo, y además lo hizo a su manera: conquistando el espacio.
Fuentes de información: “Thomas Müller conquers space” The Guardian, Barney Ronay; “How Germany got its game on” 8 by 8, Raphael Honigstein; “Der Raumdeuter” Bundesliga Fanatic, Rick Joshua.