Hace más de medio siglo, pasados los 30 del segundo tiempo, se te ocurrió, en una genialidad, que de repente podías hacer la ilógica. Que le podías cambiar el palo al arquero, y a la historia, y a los diarios, y a los dirigentes. Incluso a Jules Rimet.
Y de un día para el otro, aquel 16 de julio, sin querer, queriendo (porque sé que no quisiste hacer llorar a tanta gente, por darle una alegría a unos cuantos), te convertiste en símbolo, te convertiste en héroe. El prócer mas prócer desde Artigas.
Y cuando pasaron los años, ya te habías hecho inmortal. Cuando un abuelo, un padre, un tío, te volvía a revivir, corriendo por ese carril, frente a los ojos encandilados del gurí que escuchaba la hazaña. Y a los gurises nos decían que eso era ser uruguayo. Ahora pienso, que cruel ponerte esa carga de haber fundado prácticamente a la nacionalidad.
Es que ningún elemento aportó tanto a la uruguayidad, si es que eso existe, como el fútbol, como tu gol, como tus compañeros, como el Negro Jefe. En ese contexto, la épica es una pieza enorme.
Así, mientras tu Celeste, que siempre vimos, los mas chicos, en blanco y negro, el tiempo la desteñía, mientras se llevaba a tus compañeros, tu camiseta se agrandaba cada vez más y más.
Hasta que un día quizás te cansaste, pienso yo, de esto de ser leyenda viviente. Pensaste quizás, que lindo sería volver a hacer la ilógica. Que linda jugada que la realidad supere de vuelta a la ficción.
Y te fuiste, aunque sé que no quisiste hacer llorar, de vuelta, a tanta gente. Vencedores y vencidos, como hace medio siglo, otro 16 de julio. Otro gol, otra burla, a eso que nunca creíste pero fuiste llamado a encarnar, y que algunos llaman destino.
Texto de @MaxiManzoni.