No tengo recuerdos de ese momento, ocurrió antes de que hubiera desarrollado la capacidad de retener recuerdos. Dicen los que saben que los chicos no recuerdan nada antes de los 4 o 5 años porque los padres comenten muchos errores y es un mecanismo evolutivo para protegernos de recuerdos negativos. Pero este mismo mecanismo también nos impide recordar los buenos momentos, los que nos gustaría poder recordar, como el que quiero recordar ahora mismo. Como no puedo hacerlo, de acá para adelante me queda suponer.
No tengo recuerdos de ese momento pero sé que ocurrió, hay fotos en donde me veo apenas caminando pero con una pelota cerca, así que deduzco que en algún lugar entre el 79 y el 80 mi papá me regaló mi primera pelota. Está ahí en las fotos que guardo en una caja de zapatos (¿en donde más?), era una clásica pelota ochentosa blanca y negra. Con pentágonos obscuros que sostenían a hexágonos blancos que a su vez volvían a comer el ciclo que al final te daba una esfera perfecta.
A esa edad una pelota no es un juguete, es una ‘cosa’. Los juguetes tienen partes que se mueven y hacen ruiditos y van de aquí para allá pero la pelota no, la pelota era una ‘cosa’ entera, un todo que rebotaba y giraba, se nos escapaba hasta chocar con el pie de papá y luego volvía en un acto de magia incomprensible. Y me reía, me reía de la simpleza de su funcionar, porque antes de los 5 o 6 años para los chicos todo lo divertido es necesariamente simple, no nos queremos complicar (eso lo hacemos de grandes). Por eso una pelota y una caja de cartón lo suficientemente grande como para contenernos siempre serán los mejores regalos para un chico de esa edad.
Mi viejo siempre fue muy futbolero, mis primeros recuerdos son en la preferencia, mirando embobado un verde infinito, aprendiendo insultos que hacían enojar a mi vieja y a la suya. Y la pelota estaba ahí, lejos, corriendo en el prado, saltando cada tanto, como queriendo volar sin saber hacerlo bien. Y conmigo estaba mi pelota, más chiquita que la otra y quietita en mi regazo o desfilando por los pasillos de las gradas. ¿Por qué mi pelota no volaba como aquella más grande?, me preguntaba -asumo- desconociendo aún que décadas más adelante sería un amante confeso del ‘saque si quiere ganar’ que la mandaba a volar cada vez que podía.
Fue mi viejo el que me compró mi primera pelota y quiero creer que cuando me la entregaba se sentó en el suelo, cerquita mío, me miró fijamente a los ojos y con un tono serio pero lleno de amor me dijo:
“Mirá Guillermito, esto es una pelota y es tu primera pelota. Te explico cómo funciona esto porque veo que me mirás con una carita de que no entendés nada y está bien. Esto es una pelota pero es mucho más que una pelota ¿me seguís? esto es un símbolo, velo como un mensaje encerrado dentro de un redondo de cuero y caucho. Hoy no te parecerá así pero dentro de poco esto va a regir tus días, vas a estar en la escuela pensando en lo mucho que querés salir para darle unas patadas, la vas a poner debajo de tus sabanitas para que duerma contigo, le vas a contar tus secretos y anhelos. Vas a querer que sea tu amiga para siempre. Vas a entender que el fútbol -eso que jugamos con la pelota- no es causa, sino consecuencia. Porque el mensaje que está dentro de esta pelota es de superación, de espíritu de lucha, de salir adelante cueste lo que cueste, los que escuchan de verdad el mensaje de la pelota son retribuidos con su cariño, la pelota les va a responder con un SÍ cada vez que le pidan algo. Por momentos -cuando juegues- la vas a tomar en tus manos y le vas a hablar bajito bajito, para que no te escuchen los otros, y le vas a pedir que se clave allá ‘en donde tejen las arañas’ y luego de besarla la vas a bajar al pasto. Querela Guillermito, querela mucho, porque ella te va a dar muchísimas alegrías, pero como toda ella también te va a dar tristezas, pero tenés que quererla siempre eh, ni se te ocurra dejar de hacerlo, porque todo vale la pena. Porque te va a dar los mejores amigos de tu vida, porque te va a enseñar a compartir, a trabajar en equipo, a ser agradecido. Toma, andá a hacerla pasear por el patio y ojo con mandarla a la calle o romper algo, aunque todavía sos muy chico para eso.”
Esto no ocurrió, o quizás sí, no sé. Lo que sé es que esa primera pelota me cambió la vida, por supuesto, para bien.