Cada vez que se juega un clásico entre Cerro Porteño y Olimpia, la violencia siempre aparece como la invitada de honor de la jornada. El partido del domingo no fue la excepción, con enfrentamientos entre ambas hinchadas en las inmediaciones del Defensores del Chaco. Mientras piedras y palos volaban sobre la calle Colón, un spot de la APF recorría los diferentes medios de comunicación, hablando sobre los “hinchas de verdad” que rechazan la violencia, un oasis de supuesta paz que contrastaba con la violencia de siempre en las afueras del estadio. Esta situación tan contradictoria lleva a cada uno a preguntarse hasta donde llega la violencia en nuestro fútbol y si los encargados en combatirla están tomando los pasos adecuados para erradicarla.
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La realidad es que la violencia está impregnada en el ADN de nuestro fútbol, como un tumor incurable que va carcomiendo toda su estructura. Las asistencias a los estadios van disminuyendo, las hinchadas organizadas van aumentando en su poder e importancia y cada vez más madres sufren el indescriptible dolor de tener que enterrar a sus hijos que perdieron la vida por culpa de una mísera rivalidad futbolera.
Decir que los hinchas de verdad son los que repudian la violencia es ignorar lo que ocurre diariamente en todos los lugares donde se dispute un partido. Uno siempre puede leer noticias sobre ataques a árbitros y policías, invasiones de campo, batallas campales y todo el umbral de hechos violentos que puedan imaginarse. La mayoría absoluta de estos hechos no se da en los partidos de Primera, donde supuestamente están instaladas las barras violentas, sino que en los partidos jugados en cada barrio y ciudad del país. Este eterno vandalismo ya es considerado parte del folclore más que una mancha que debería ser eliminada.
En otro nivel se encuentra la violencia causada por las barras bravas, que se han convertido en un caldo de cultivo y manto protector de ladrones, traficantes y otros grupos que impulsan la violencia y otras actividades ilícitas. Son estos hinchas los que causan estragos en cada jornada de fútbol, especialmente lejos de las canchas, donde la policía ya no controla sus movimientos como si ocurre (de manera muy pobre) cerca del estadio. La ineficiente cobertura policial más el apoyo o la indiferencia con la que los clubes manejan a estos grupos son los causantes de esta situación.
¿Estas personas no son considerados hinchas de verdad? Al contrario, hoy estos son los verdaderos hinchas, ya que son los que se han apropiado de las gradas, los que ocupan los lugares de las personas que han huido de las canchas por culpa de las agresiones y los robos tanto fuera del estadio como en las propias graderías. Estas actitudes ya han sido adquiridas por los miembros de las preferencias, hogar de los puteadores compulsivos y agresores de hinchas rivales. Algunos de estos “hinchas de verdad” son considerados ídolos en sus clubes como Carlos “Aquiles” Baez, formaron parte de comisiones directivas como Adolfo Trotte y fueron tolerados, hasta favorecidos, por dirigentes y políticos de turno. Al final que puede decir la APF si en su momento el propio vicepresidente de la institución le mostró el dedo del medio a una hinchada y nunca fue sancionado?
El gran error de la campaña de la APF es que busca apelar a la conciencia de aquellos que se caracterizan por carecer de ella. Se busca a través de sonrisas y saludos lo que hasta ahora no han podido parar policías, políticos o dirigentes. El único logro hasta ahora de la campaña es hacer quedar a la APF como una organización que combate a la violencia, cuando en realidad hace muy poco para erradicarla definitivamente.
Esperemos que esta campaña se convierta en un verdadero motor para la erradicación de la violencia y no solo sea una máscara que cubre el rostro demacrado y podrido de nuestro fútbol. No será una lucha fácil, ya que debe combatirse hasta en las canchitas de barrio, pero es necesario para volver a considerar al fútbol como una fiesta popular en lugar del imán de vandalismo, violencia y muerte en el cual se ha convertido.
Fotos: ABC Color, La Nación.