El Ancho Ibarra fue a Tacuary en su mejor momento, a tal punto que pudo cruzar la frontera y conquistar el fútbol sudamericano:
Aquí pueden leer la primera y segunda parte.
El verdadero “jogo bonito”
Gracias a la brillante campaña del 2004, Tacuary clasificó para jugar la Copa Libertadores, una posibilidad totalmente impensada, siendo que habían ascendido a Primera solo 2 años antes. Como no todo podía ser perfecto, justo les tocó un gigante del fútbol sudamericano como rival: el Palmeiras, quienes visitarían el Roberto Bettega para jugar la ronda preliminar.
Como era de esperarse, el equipo brasileño ganaba 2 a 1 en el primer partido. A mediados del segundo tiempo, el técnico Óscar Paulín, encargado en plasmar en la cancha la idea de Francisco Ocampo de colgarse del travesaño, hizo ingresar al único jugador que podía darle el toque de fineza para vencer al Goliat paulistano: el Ancho. En ese momento toda Sudamérica pudo vislumbrar la aparición del jugador con menos pinta de futbolista de la historia, pero con la visión y el toque sutil que solo poseen aquellos tocados por la varita mágica del talento innato. Cada pelota que tocaba Ibarra era alabada por los comentaristas, quienes no podían creer que un jugador de su estado físico juegue al máximo nivel del fútbol continental. Antes de verlo con la pelota en los pies, se preguntaban si era el cocinero del club.
A los 82 minutos Tacuary buscaba empatar el partido y la pelota le quedó al hombre que movía los hilos del equipo para romper la defensa del Verdao. El Ancho la recibió a metros del círculo central, pero antes que los rivales puedan siquiera pestañear, soltó un pase de primera que viajó 40 metros, perfectamente calculado para que el “Ratón” Román pueda picar a la espalda de la defensa, lanzar el centro a la carrera y que Carlos Leite solo la tenga que empujar para convertir el empate.
En el partido jugado en el Pacaembu, Ibarra ingresó al comenzar el segundo tiempo, cuando el equipo ya perdía por 1 a 0. De nuevo hizo delirar a los comentaristas de la señal internacional con sus pases al pie desde la otra punta de la cancha y sus furibundos tiros al arco, los cuales fueron fueron las únicas fuentes de peligro para el arco rival, pero su esfuerzo no fue suficiente para poder superar al poderoso Palmeiras, que terminó ganando por 2-0. Aparte de los destellos de fútbol del Ancho, lo más destacado de Tacuary en aquel partido fue la invasión de campo de su presidente Francisco Ocampo para agredir al árbitro.
El histórico penal
Tras otro año brillante en el 2006, en el cual salieron terceros en el acumulativo y ganaron la Liguilla para clasificar a la Copa Sudaméricana, esta última tras un empate logrado gracias a un centro perfecto de Ibarra a Patrocinio Samudio, Tacuary jugaría tanto la Libertadores como la Sudamericana en el 2007. En la Libertadores no pudieron vencer a la Liga de Quito, empatando 1-1 de local y siendo goleados 3-0 de visitante en la temible altura de Quito. Ibarra entró de suplente en el primer partido, cambiando la cara del equipo, pero sin poder torcer el destino del empate. En el partido de vuelta sorprendentemente comenzó de titular, aprovechando la altura de Quito para probar sus envenenados disparos desde fuera del área, creando gran peligro pero sin poder concretar un gol y mantener la esperanza de pasar de ronda.
Para la disputa de la Copa Sudamericana el Ancho estaba más ancho que nunca, por lo que hasta su rol de super suplente era cada vez más corto, pasando de unos 30 minutos en cancha a solo 15 o 10. En la primera ronda ante el Danubio ingresó faltando 10 minutos para el final del partido de vuelta en Uruguay. Cuando ingresó el partido iba 1-1, lo que significaba que la serie debía resolverse a través de los penales. El técnico Daniel Lanata lo ponía en cancha porque ningún jugador dentro de la cancha tenía la capacidad de Ibarra para rematar desde los temidos 12 pasos.
Siendo el mejor penalero del equipo, era el encargado de abrir la tanda. De nuevo los relatores se emocionaron como si relataran la definición de un Mundial, viendo que un jugador de su contextura física sea el referente en los penales del club, y los hizo entrar en éxtasis con un penal perfectamente colocado. Enfrentó al arquero con el pecho erguido, la panza al frente y convirtió.
Lo más increíble del penal es que al patearlo le dio un tirón en el muslo, en parte por estar un poco frío al rematar y por el enorme esfuerzo físico requerido para contorsionar semejante masa y pegarle al penal con la fuerza y colocación necesarias. Volvió al grupo rengueando, pero con la cabeza en alto y la conciencia tranquila, dando seguridad a sus compañeros y a su arquero, Victor Centurión, quien sería la figura de la noche, atajando dos penales. Si fallaba aquel primer penal, otra sería la historia en aquella tanda.
Estos enfrentamientos sudamericanos permitieron a todos los fanáticos del fútbol del continente conocer al Ancho, quienes lo veneran y admiran de la misma manera que nosotros los paraguayos. Hasta hoy en día Ibarra es el estandarte de los jugadores rellenos que igual se destacan en el exigente mundo del fútbol gracias a su gran talento. Este fanatismo no solo se limita a los hinchas, también es compartido por los periodistas, tales como el reconocido Juan Pablo Varsky, quien posee uno de los máximos tesoros del fútbol mundial: una remera número 20 de Tacuary del “Ancho” dedicada a él.
Su lado combativo
Como era de esperarse al verlo correr en la cancha, muchas veces su fornida estructura corporal le jugaba en contra. El caso más emblemático de esta situación se dio en el partido entre Tacuary y Guaraní el 2 de septiembre de 2007. En aquel partido Guaraní ganaba por 1-0, así que a los 79 minutos hizo su aparición el Ancho, siempre ingresando en los momentos que su equipo más necesitaba claridad de juego. Rápidamente recibió una tarjeta amarilla y a los 90 minutos se enfrentó a la situación que más temía en cada partido: tener que perseguir a un rival.
A pesar de haber jugado solo 5 minutos, no había descanso suficiente que haga que Ibarra pueda correr más rápido. En solo 10 metros pasó de estar enfrente a estar persiguiendo al jugador de Guaraní, así que hizo lo único que le quedaba por hacer: dar una patada al talón y derrumbarse, casi con resignación. Después de quedar casi sin oxígeno tras semejante corrida y patada, recibió la inevitable tarjeta roja y se tuvo que retirar de la cancha.
Ibarra siempre buscaba crear buen juego y utilizar la técnica por encima de todo, pero en los casos que había que meter una pierna fuerte, si o si entraba con todo. En un amistoso de Tacuary con el 12 de Octubre en julio del 2008, a los 25 minutos, el Ancho no se rindió al pelear una pelota perdida y dio una tremenda patada a Francisco “Paco” Esteche, quien rápidamente se levantó a recriminarle por el juego brusco. Ibarra no se quedó atrás y enfrentó al “Paco”, comenzando por empujones y terminando en insultos, algunas trompadas y una gran pelea entre todos los jugadores, obligando a que se suspenda el partido. Siendo un jugador que no buscaba jugar sucio, Ibarra inmediatamente pidió disculpas a Esteche y dijo que nunca era su intención causar problemas.
Volviendo a casa y el recambio generacional
En el 2008 Ibarra jugó muy poco en el equipo titular. Ya a mediados de año existía la posibilidad que el mismo deje la institución, y vaya a Silvio Pettirossi junto a la “Ballena” Cristian Fatecha, en lo que seguro sería la transacción de mayor peso en la historia del fútbol paraguayo, por lo que tenía que trabajar intensamente en dos turnos diarios para eliminar el sobrepeso y llegar bien al Clausura de aquel año. Este arduo trabajo no rindió frutos, ya que el Ancho no pudo recuperarse de las lesiones que lo aquejaban.
Finalmente en el 2009 el Ancho Ibarra dejo Tacuary, volviendo a la Intermedia después de 5 años, pero esta vez no con la albirroja de San Lorenzo, sino con la roja del General Caballero de Zeballos Cue. Jugó varios partidos, exteriorizando una vez más todo el talento que hacía que se destaque mientras los demás jugadores se ahogaban en el océano de la intrascendencia. Su influencia fue tan importante que en la campaña del 2010 obtuvieron el ascenso a Primera, gracias en parte a la influencia de Ibarra en el año anterior.
En el 2011 finalmente se dio la vuelta esperada del hijo pródigo a la institución donde surgió: su querido Humaitá. Aquí el Ancho estaba dispuesto a dar sus últimos destellos de talento para ayudar al equipo albirrojo salir de la Cuarta División. Había cumplido ya 35 años y estaba en una situación de semi-retiro, con un enfoque hacia su verdadero interés: entrenar.
Ya en el 2009 Tacuary quiso mantener a Ibarra en el club a pesar que no jugaba, ya que lo consideraban como un gran motivador para los demás jugadores. En esa ocasión no aceptó porque todavía no estaba listo, pero 3 años después ya vino el momento y se acopló al cuerpo técnico del Humaitá, impartiendo todo su conocimiento a las nuevas generaciones, aunque no en la parte de condicionamiento físico.
Hoy en día, el Ancho sigue manteniendo el contacto con la sangre joven que va nutriendo nuestro fútbol. Uno de los jugadores a su cargo es nada menos que su hijo, Emilio Ibarra Jr., quien con solo 17 años ya juega en la primera del club y ha heredado la privilegiada pegada del padre, convirtiendo varios golazos de tiro libre.
Así llegamos al final de ese especial sobre Emilio “Ancho” Ibarra, uno de los jugadores más recordados de la historia del fútbol paraguayo. La historia del Ancho es especial porque él es uno más de nosotros, representándonos en aquel mundo al cual no podemos llegar. A fuerza de puro talento y magia pudo superar a todos los detractores y dejar un rastro imborrable en las páginas de cada club por el cual pasó y en la retina de cada persona quien lo haya visto jugar.