El amor se presenta en nuestra vida de diferentes formas. De la misma forma amamos muchas cosas, personas, canciones, películas y hasta momentos. Podemos sentarnos a hablar por horas de qué puta lo que es el amor y por qué lo que es tan kilombero, pero si hay algo en lo que vamos a coincidir los fanáticos del deporte rey es en que no existe amor más sufrido que el amor a tu club de fútbol.
Sin importar cuál sea tu club, ese amor siempre te va a hacer sufrir. Te va a hacer feliz también muchas veces, pero no va a pasar una temporada o una semana sin que sufras.
Aquellos que no gustan del fútbol, vendrán a decirnos que somos unos seres irracionales, que no podemos estar así por un juego de 90 minutos dónde 22 tipos corren detrás de una pelota, nos dirán que hay cuestiones más importantes en la vida y seguramente un montón de cosas más. Lo que ellos no entienden es que más allá de esos números, está la pasión que genera ese sentimiento de pertenencia a un lugar. Identificarse con unos colores, con unas gradas, con un barrio. Es un sentimiento que no podemos expresar en palabras, no es algo cuantificable, es una pasión y como toda pasión, no respeta lógicas.
Sufrir es una constante en el amor. Te peleas con tu novia, se echan cosas en cara, terminan, vuelven, termina definitivamente, te deprimís y así… Sufrir en el fútbol es probablemente algo indispensable más si sos de Cerro, como yo, pero a pesar de las derrotas y decepciones que puedas llegar a tener, nunca pero nunca vas a dejar a tu club. (Y si por ahí llegas a cambiarte de club, entonces no entendiste nada de fútbol.) Ahí radica la pequeña, gran diferencia, del amor a tu club, con el resto de las cosas que amas.
“Una pasión es una pasión. El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar… no puede cambiar de pasión” este famoso diálogo de la película argentina El Secreto de Sus Ojos resume prácticamente la pasión por el fútbol. Nunca dejas de amar a tu club.
Si tu pareja te engaña, podes perdonarle, si te engaña otra vez seguramente ya le dejas. Si tu pareja te golpea, le dejas, le denuncias y le escrachás en las redes (?). Si te miente, le dejas. Hay una lista interminable de razones por las cuales podrías dejar a tu pareja, pero en el fútbol no existe eso. No hay razón valedera para ‘dejarle’ a tu club.
Si tu equipo gana, te vas otra vez el próximo domingo a la cancha. Si pierde aun jugando bien, te vas otra vez. Si pierde jugando para la mierda, te vas otra vez. Si renunció el técnico, te vas otra vez. Si llueve, te mojas pero te vas otra vez. Si no tenes para tu entrada, le pedís a los perros. Si tiene un plantel pobre y sabés que no puede pelear nada serio, igual te vas a la cancha esperando la heroica. Y si no sos de ir a la cancha, lo ves por tele, lo seguis por twitter (?) o lo escuchas hasta por radio. ¡Qué sufrimiento es escuchar un partido por radio, loco! Y si te haces el enojado y le ignoras a tu equipo un par de fechas, cuando vas al fútbol con los perros: te pones igual la casaca de tu club.
Lo cierto es que no existe amor que te haga sufrir más que el amor a tu club. Aunque pasen los años, los jugadores cambien, la hinchada siempre va a estar presente. Generación tras generación, la pasión se conserva y se transmite incesablemente.
¿Es raro, no? Amor incondicional que le dicen. Pareciera que al hacernos de un club inconscientemente tomamos los votos nupciales: ‘en lo próspero y en lo adverso, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que las muerte nos separe’ y después de la muerte… desde el cielo te voy a alentar.
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