Lo que pasa en Lisboa se queda en Madrid

Alejandro Valdez vivió la Final de la Champions 2014 y compartió con nosotros ese histórico momento.

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«Estoy cansada de ser abogadilla de reos pobres» me dice Lucía, una toledana que vive en Barrio Imperial —a cuadras del Vicente Calderón— hace 40 años. «Estoy cansada de luchar, de merecerlo y de que los mismos poderosos de siempre ganen» continua diciendo en un evidente paralelismo entre su vocación jurídica y lo que acaba de suceder en Lisboa: los hombres del Cholo Simeone estaban arañando la gloria europea cuando Ramos clavó ese cabezazo que revivió al Fantasma de Schwarzenbeck. La sentencia de muerte para un equipo que ya no respondía desde lo físico.

Pero ¿realmente el Atlético se mereció más el título que el Real? Quizá, solo quizá, el Atleti fue cometiendo una serie de pequeños errores tácticos —forzados y no— que lo terminaron de llevar a la guillotina de la misma manera que le sucedió a Ned Stark. Una sentencia injusta, dolorosa, pero a la larga inevitable leído ya el libro, pasado ya el partido. Y el Madrid, tan real, odiable y poderoso como Joffrey Baratheon, solo le basta un milímetro para poner cabezas a rodar.

La diferencia física de los últimos minutos fue el cruel reflejo entre un equipo que movió la pelota y otro que corrió detrás de ella. Como los buenos boxeadores, el Madrid entendió que dos minutos pueden ser una eternidad cuando el físico está comprometido.

«No me interesa el fútbol en absoluto» me aclara Lucía «pero vivir en este barrio y no sentir estos colores es como que pase un huracán y me haga la desentendida. Vamos, imposible» Brindamos con ella y con Juan, hincha del Atlético de unos 80 años que tuvo la desgracia de ser testigo presencial de la debacle del 74. En el fondo se escuchan botellas rotas y unos chavales que gritan «¡Vamos a asesinar vikingos en Cibeles! ¡A por ellos!»

Son casi la 1 de la madruga, las casi 50 mil personas que acompañaron al equipo desde el Calderón se va dispersando por la zona de Manzanares, refugiándose en bares para salar las heridas.

Cuando supe que iba estar en Madrid el día de la final de la Champions, tenía claro dos cosas. Primero, que por más a-una-de-hora-vuelo-low-cost que estuviera de Lisboa, simplemente resultaba ya imposible conseguir una entrada para la final a no ser que esté dispuesto a hipotecar mi casa. Segundo:que aunque estaba decido a ver la final en las 6 pantallas gigantes que se montaron en el Calderón; pase lo que pase iba a ‘celebrar’ y beber gratis, sea en Cibeles sea en Neptuno. Como cualquier turista gringo o japonés.

Pero mi corazón me traicionó. Ver la simbiosis entre la hinchada del Atleti y su equipo me resultó en extremo conmovedor. Miranda y Godín parecían el Chito y Gamarra en el 98. Descubrir que no todas las hinchadas españolas se comportan como si fuera un partido de tenis, revelador. El cabezazo de Sergio Ramos me dolió tanto como el de Leonardo Silva en la final del año pasado. El estúpido festejo de Cristiano en el 4-1 me recordó que el Real Madrid dejó hace tiempo de ser un club de fútbol, que el Real Madrid busca convertirse en Disney.

Y japiró, ni cagando voy a pasar la noche con simples consumidores de Micky Mouse.


Nota del Editor:
Texto de @AlejandroValdez, quien se encuentra en Madrid presentando su @ProyectoKurtu.

Fotos: Alejandro Valdez Sanabria y Víctor Torrás.
¡Gracias!

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