Fue un sábado de mañana que me tocó ir a una cobertura en el interior del país para la sección Deportes del diario, en donde yo comenzaba a trabajar en periodismo. Tenía como 20 años, unas ganas tremendas de aprender y en esa época la piel más oscura pero menos panza.
Fui entusiasmado con mi remera con cuello tipo Polo, de Abc, que en ese entonces tenía la inscripción sobre el bolsillo. El evento a cubrir era la inauguración del torneo interligas sub 19. En la cancha, los jugadores que desfilaron, varios dirigentes, mucho público y como invitado de honor, el señor Nicolás Leoz.
Además de la crónica en sí de todo lo que se vivió en aquella ocasión, por supuesto que como periodista -que ya en ese entonces me creía- sentí que había la necesidad de sacarle algunas palabras a la máxima autoridad del fútbol sudamericano. Porque es lo que dicta “el manual” y además, que me conceda una entrevista el paraguayo con mayor “prestigio” internacional, era simplemente un gran orgullo, porque si había algo que daba importancia y prestancia a esa inauguración era la presencia del presidente de la Conmebol, y ya en aquel tiempo, uno de los hombres más fuertes de la FIFA. Se sentía en el ambiente. Lo decía a cada rato el presentador, que se desgarró la garganta en agradecer a Dios por permitir la presencia de Leoz, ya que el dirigente engalanaba aquella canchita y sus tablones de cemento (no recuerdo a ciencia cierta qué club, pero era en el interior).
Tras los actos, me atreví a acercarme. Los guardias, al verme con la remera, me permitieron pasar. Lo saludé y le pedí unos segundos para hablar. No le estaba pidiendo un mano a mano ni le iba a hacer cien preguntas, era simplemente sacarle un mínimo comentario. Cuando le pregunté si podía hacerle un par de preguntas, me miró de pies a cabeza de forma horrible y desagradable. Vio tal vez el logo de Abc y entonces asintió con la cabeza -pero de una forma tan despectiva- que ya me hizo entrar en un poco de miedo. Le hice una pregunta simple y llana. Respondió la primera pregunta en forma seca, escueta, con las palabras justas. Cuando le iba a hacer la segunda preguntita, mínima, inocente, me hace el gesto con la mano de “andate” tipo, “ya está”, suficiente. Y se fue dejándome con la palabra en la boca. Unos dirigentes locales e invitados vieron lo que acababa de ocurrir y se rieron a carcajadas.
Nunca me había sentido tan mal. Nunca me sentí tan humillado en toda mi vida. Incluso hasta ahora, que tengo muchas veces que recoger versiones de personas a la que no le agradan mucho mis publicaciones, ni siquiera esas personas muestran ese trato tan denigrante.
Por supuesto que todo el mundo tiene derecho a tener un mal día. Por supuesto que todo el mundo tiene el derecho de no querer hablar ni dar entrevistas. Pero se supone que es mejor ser sincero a tratar en forma humillante a la gente.
Nunca me había sentido tan mal. Nunca me sentí tan humillado en toda mi vida.
Volví llorando, sí. Reconozco. Era muy pibe y con el entusiasmo de hacer periodismo, aquel incidente fue un golpe emocional muy fuerte. Pero me sirvió igualmente para hacerme experimentar un sentimiento que nunca más quiero volver a sentir, y que me prometí justamente, tratar de evitarlo. También los años ayudan a tener más fortaleza y madurez en situaciones difíciles.
Y cuento esto no por rabia ni por odio ni por hacer “leña del árbol caído”, sino simplemente por lo que veo hoy, que el mismo hombre despreciativo de hace unos años aparece investigado en los más groseros fatos de la FIFA, con posible orden de captura internacional y una vergüenza a nivel nacional y mundial que resulta imposible de tapar, a pesar de los desesperados gestos de aduladores y alcahuetes.
Hoy entiendo que había mucho más por callar que por decir… Esta experiencia -que cuento como mía- es común a muchos de mis compañeros periodistas de todas las áreas y medios. A todos nos toca alguna vez algún personaje de este tipo, que se siente en la cumbre de la omnipotencia. Y no digo que todos aquellos acabarán investigados por la justicia internacional, lo que sí creo es que deberían tener más consideración con un prójimo trabajador; ya que los periodistas, y aunque no todos lo crean, también somos seres humanos.
Cuento esto para darme cuenta de que fui muy pelotudo por sentirme mal aquel día. El consuelo es que a mí la pelotudez se me pasa mañana…
Edición: Mónica Laneri
Disclaimer: anécdota personal del autor, las opiniones y conclusiones no están ligadas a Cancha Chica.